A veces no podemos llegar a conocer definitivamente al mundo y sus diversos fenómenos. Sin embargo, somos seres que necesitamos intercambiar ideas, sueños o pensamientos, el poder de establecer vínculos nos hace gigantes en un mundo pequeño de diferencias. La sonrisa y la gratitud de ver el aprendizaje de las personas deja una huella muy importante y lo podemos ver en un nuevo día de talleres o en un espacio de refrigerios, conocer sobre cultivos, la diversidad de las producciones agrícolas, las historias que pueden surgir de muchas vivencias llenan de expectativas y preguntas sobre lo extraordinario de una experiencia en los zapatos de ser agricultor y trabajar en equipo.
Entendernos en contextos y lenguajes extraños, puede ser complicado, en un mundo cambiante donde las generaciones actúan y hablan diferente, donde nos contaminamos en una burbuja gris y dejamos a un lado a nuestros abuelos, nuestros padres que luchan día a día por acompañarnos a realizar nuestras metas. Nosotros que sabemos sobre computadores, celulares, juegos y otras tecnologías debemos crear conciencia sobre cuidar nuestras costumbres, rescatar nuestra identidad, así cuando nuestros ancestros se reunían a dialogar sobre quien criaba a los animales, mientras otros se dedicaban a sembrar maíz, papa o los ullucos en las chagras o quizás contar una historia sobre el origen de la luna y las estrellas. Hoy cambiamos y nos sentamos a conversar mientras comemos una “charita de cebada con acelgas”.
En el compartir se plasma la historia de nuestros pueblos, es la identidad viva que describe la sazón milenaria y el gran trabajo de la tradición sobre el cuidado del medio ambiente, es la integración del buen vivir, generando valor simbólico y como generadores de conocimiento en herramientas tecnológicas queremos retribuir compartiendo e interactuando con nuestros amigos que se esfuerzan por participar y apropiarse de esta experiencia que día a día sigue siendo gratificante y nos permite caminar sobre el bienestar de los productores campesinos nariñenses.